El método científico
Investigar es una actividad intelectual destinada a echar luz sobre aspectos desconocidos u oscuros de la realidad. Como tal, es producto de la conciencia, de la habilidad innata en el homosapiens de manipular símbolos y de su capacidad de elaborar lenguajes a partir de la observación del mundo. Resulta, asimismo, desde la noche de los tiempos, del anhelo por conocer los resortes que mueven el universo y, debemos agregar, de la obsesión por controlarlos. Este deseo ancestral derivó con el paso de los siglos en una aspiración más seria: la de obtener certezas firmes para explicar el presente y predecir el futuro; y así, el ser humano dio en la cuenta de que tal empresa, para ser exitosa, debía seguir un orden, una forma y unas reglas definidas. De modo contrario, sus resultados serían siempre dudables, poco fiables y necesariamente caóticos.
En perspectiva actual, se asume que una investigación, para dar lugar a un verdadero conocimiento, debe ser una investigación científica. Esto supone que la generación de sus verdades ha seguido un patrón de trabajo y que, por consiguiente, sus resultados gozan de un nivel mínimo de certeza. En la búsqueda de este patrón, la humanidad se ha dedicado durante siglos al desarrollo de un método científico (1): un conjunto de principios racionales convenidos por la comunidad de la ciencia en un determinado momento histórico, que se dispone con el fin de regular el ejercicio de la investigación y que vela por la calidad de los mecanismos utilizados para la obtención de sus resultados.
La adopción de un método en la ciencia encontró su período seminal durante la revolución científica acaecida en la Europa del siglo XVIII. Previamente, se habían advertido algunas de sus raíces en las observaciones de Leonardo da Vinci (1452-1519), Nicolás Copérnico (1473-1543) y Johannes Kepler (1571-1630); pero, más aún, en los experimentos de Galileo Galilei (1564-1642), que denotan, como señala H. D. Anthony (2), una actitud científica hacia los hechos.
Consolidado el siglo XVII, se comienza a reconocer como imperativa la exigencia de ordenar las ciencias por medio de un método, en particular, en los postulados de Francis Bacon (1561-1626) acerca de la necesidad de aproximarse por observación a la naturaleza para comprobar ideas gestadas en la razón; en la organización matemática propuesta por Isaac Newton (1643-1727) y Gottfried Leibniz (1646-1716); en las filosofías naturalistas de Baruch de Spinoza (1632-1677) y Nicolas Malebranche (1638-1715); y, desde luego, en la obra fundante de la Modernidad, el Discurso del método. Para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias (Discours de la Méthode. Pour bien conduire sa raison, et chercher la vérité dans les sciences) (3), del filósofo racionalista René Descartes (1596-1650), publicada en Leyden, Holanda, en 1637.
Francis Bacon, acaso el primero en publicar un esbozo sistematizado del método científico, lo definió a partir de los siguientes pasos generales:
- Aplicar los sentidos a un objeto o a un fenómeno, para observarlos y estudiarlos tal como se presentan en la realidad;
- Inducir, a partir de determinadas observaciones o experiencias, el principio particular de cada una de ellas;
- Plantear hipótesis estables acerca del objeto observado;
- Probar las hipótesis por experimentación;
- Demostrar o refutar las hipótesis;
- Desarrollar una teoría científica a partir de las conclusiones del estudio.
Por su parte, en su Discurso del método, René Descartes propone cuatro reglas para alcanzar la verdad en las ciencias:
- No aceptar ninguna cosa como verdadera que no se pueda conocer evidentemente, es decir, que no se presente como clara y distinta al espíritu;
- Dividir cada una de las dificultades examinadas en tantas partes como fuera posible para su mejor resolución;
- Conducir de forma ordenada los pensamientos, comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer, para ascender por grados al conocimiento de los más complejos;
- Hacer en todas partes enumeraciones tan completas y generales de modo de estar seguro de no omitir nada.
Se trata, tanto en Bacon como en Descartes, de una secuencia de directrices racionales para regular la actividad científica; en suma, de una guía de pautas signada por el uso de la capacidad crítica de la razón, que se destina a establecer explicaciones válidas de los fenómenos de manera congruente con los datos recabados durante su observación.
Estos primeros intentos de desarrollar un método universal para el estudio humano de la naturaleza no son otra cosa que esfuerzos intelectuales orientados a separar a la ciencia de la tradición aristotélica primero y de la religión después, descartando en ello, en la medida de lo posible, a Dios de la ecuación universal. En su conjunto, constituyen la piedra basal sobre la que se estableció el racionalismo epistemológico (4), paradigma filosófico de nuestra era moderna que apunta a replegar la explicación de todos los fenómenos del mundo al interior racional del ser humano y a desechar, por consecuencia, de raíz y para siempre, cualquier fuente de comprobación externa a su condición.
El uso del método lógico-matemático para describir el comportamiento de la mente y el de todos los fenómenos de la realidad es el último paso en esta tendencia al racionalismo. La confianza generalizada en la matemática y en la lógica, en la aplicación de sus algoritmos formales para explicar la totalidad del universo, aunque presente en los textos de matemáticos y filósofos de la Antigüedad, fue fundada formalmente por René Descartes, Pierre de Fermat (1601-1665) y Blaise Pascal (1623-1662) durante la primera mitad del siglo XVII; desarrollada sobre sustentos firmes por Gottfried Leibniz e Isaac Newton a finales del XVII y comienzos del XVIII; extendida en los aportes de Immanuel Kant (1724-1804) y Georg Wilhelm Fiedrich Hegel (1770-1831) durante el siglo XVIII e inicios del XIX, y prolongada durante el siglo XIX hasta entrado el XX en los trabajos de Gottlob Frege (1848-1925), Alfred Whitehead (1861-1947), David Hilbert (1862-1943), Bertrand Russell (1872-1970), Ludwig Wittgenstein (1889-1951), Kurt Gödel (1906-1978) y Karl Popper (1902-1994), entre tantos otros. Su consolidación como método por excelencia para acercarse a lo real se ubica en las bases de nuestra actualidad científica, una era de marcado talante racionalista que deposita el crédito en la razón humana, última fuente de producción de verdades.
Ahora bien, como corolario de esta hipóstasis de la racionalidad (5), la ciencia no puede construir otra cosa que mundos artificiales, alejados por el camino de la abstracción del mundo natural sobre el que reflexiona. Y, desde ya, sus fundamentos más básicos han sido decididos a lo largo de la historia por medio de convenciones sociales y de forma arbitraria por las academias científicas y los centros de legitimación hegemónicos. Sin embargo, pese a sus restricciones inherentes, el método científico –matemático, lógico y racional– ha demostrado ser, hasta el momento, el mejor recurso ideado por el ser humano para generar un conocimiento verdadero acerca del mundo que lo rodea. Sus reglas han sido aplicadas de manera rigurosa durante los últimos cuatro siglos a todos los estratos de la ciencia, con el fin de asegurar que sus adelantos gozan de certeza, fiabilidad y objetividad. El método sirve de plataforma de legitimación, y sobre sus columnas se ha podido fundar nuestro conocimiento del cosmos natural, del universo social y del mundo biológico. Sobre sus cimientos, pues, ha sido posible apoyar la noción moderna de progreso científico.
En suma, uno de los mayores legados de la ciencia moderna, más allá de sus numerosos aportes revolucionarios, ha sido la adopción de un método de producción de conocimientos, suficientemente universal y globalmente validado, un texto seminal de reglas de pensamiento y máximas de acción, un cuerpo genérico de principios legitimado por los hombres y mujeres que forjan la trama de la ciencia.
Referencias:
(1) Etimológicamente, el término método proviene del griego: meta significa ‘hacia’ y odos, ‘el camino’. El método científico viene a ser el camino hacia el conocimiento.
(2) H. D. Anthony. Citado en Chalmers, Alan, Qué es esa cosa llamada ciencia, Siglo XXI Editores: Madrid, 1988, 12.
(3) Es de notar que Descartes publicó su obra en francés y no en latín, como solían publicarse los textos filosóficos de la época. Esta decisión no es arbitraria y demuestra su intención de alejarse de los axiomas de la herencia clásica como condición necesaria para alcanzar el verdadero desarrollo de las ciencias.
(4) El racionalismo es una posición en la teoría del conocimiento que se opone por principio al empirismo. En particular, el racionalismo epistemológico es una doctrina filosófica según la cual el único órgano adecuado para el conocimiento es la razón, de donde se sigue que todo conocimiento verdadero tiene origen racional. Véase el concepto de racionalismo definido en Ferrater Mora, José, Diccionario de filosofía, Editorial Sudamericana: Buenos Aires, 1975, 5ta edición.
(5) La hipóstasis, en una de sus acepciones, es la adscripción de caracteres ontológicos a una entidad conceptual. Según Immanuel Kant, la hipóstasis es la acción de situar fuera del sujeto un pensamiento, como si se tratara una cosa real independiente de él. En este caso, usamos el concepto para marcar que la trascendencia concedida a la noción de racionalidad supone asignarle atributos sustanciales que no posee. Véase el concepto de hipóstasis en Ferrater Mora, José, Diccionario de filosofía, Editorial Sudamericana: Buenos Aires, 1975, 5ta edición.
Etiqueta:Artículos científicos, Investigación, Método científico