La investigación científica
En términos formales, una investigación científica es un proceso de búsqueda intencionada de respuestas a problemas definidos como relevantes por una comunidad académica, que debe seguir en todas sus etapas un método científico y que se propone producir un conocimiento válido, fiable, falseable y reproducible acerca de un objeto acotado de la realidad. Se trata de un ejercicio de reflexión e intervención sobre un aspecto limitado de lo real, considerado como relevante a la luz de un marco de observación. Dicho ejercicio debe ser capaz de producir verdades, o un grado de ellas, por medio de un procedimiento de abordaje avalado por un método preexistente. Como tal, una investigación es una instancia particular del método; no es tanto un acervo orgánico de normas y reglas, sino más bien un conjunto de fases y etapas de actuación que suponen, en cierta medida, la aplicación de tales reglas previamente definidas.
Las fases y etapas de un trabajo de investigación, anidadas a una metodología que las precede, deben estar organizadas de tal modo que den como resultado un conocimiento válido (el sistema de clasificación utilizado para la medición de las observaciones debe ajustarse a los conceptos y constructos teóricos definidos), fiable (distintos investigadores, e incluso un mismo investigador en diversos períodos de tiempo, deben poder llegar a idénticos resultados a partir de un mismo corpus de análisis), falseable (debe ser posible concebir al menos un enunciado, deducido lógicamente de sus resultados, que pueda ser falseado o refutado mediante la observación empírica de la realidad) y reproducible (el experimento que genera dicho conocimiento debe ser susceptible de ser replicado en diversas condiciones y por diferentes investigadores, de modo de anular el efecto del contexto de la experimentación y de la percepción subjetiva de quien realiza su observación).
Estos principios son comunes a toda actividad destinada a la producción de conocimientos, sea en el área de las ciencias exactas o duras, o en el ámbito de las ciencias humanísticas o blandas; como tales, están orientados a asegurar a la comunidad académica que el proceso de investigación que subyace a los resultados presentados por un investigador ha sido planificado de principio a fin y que, por consiguiente, sus afirmaciones gozan de cierto nivel de verdad científica.
La investigación, pues, es una actividad demarcada por límites precisos. Tiene lugar en un determinado entorno de regulación (una institución, organismo o entidad académica), que se encarga de controlar que el método ha sido aplicado de forma adecuada en toda su extensión. En este sentido, investigar científicamente no es otra cosa que un proceso a través del cual se incorporan las nociones e ideas que se tienen acerca de un aspecto de la realidad a las categorías y clasificaciones establecidas por un marco institucional de legitimación (1) que le precede.
El marco o entorno regulador impone restricciones al trabajo del investigador o del estudiante, que debe entonces ponderar sus esfuerzos creativos, no solo con el fin de que sus conceptos individuales cristalicen en enunciados claros y ordenados, sino, principalmente, con el objeto de que la enunciación de sus ideas y la ejecución de sus experimentos se ajusten a las exigencias de la entidad que legitimará su trabajo. En los hechos, estas limitaciones no hacen otra cosa que estandarizar la producción de trabajos. Las formas libres de expresión de ideas, que cada individuo lleva consigo como un estandarte de la identidad individual, caen bajo la maquinaria de la normalización, en un intento de las instituciones de la ciencia por regular la generación de verdades.
Con todo, este esfuerzo por sistematizar el conocimiento es un mal necesario, propio de las sociedades occidentales seculares. Se considera que la búsqueda de certezas debe seguir las reglas de un método general que ordene la producción de su sentido. Sin él, se asume, el progreso en la ciencia sería caótico, no lineal ni acumulativo; y así, por ejemplo, el descubrimiento de un científico del siglo XVII no podría permitir a uno del XIX, que trabaja sobre el mismo objeto, avanzar hacia el desarrollo de una teoría unificada, una ley general, un principio ordenador o un paradigma (2) universal. Sin el recurso de un método, sin la debida documentación de los resultados parciales y finales de cada procedimiento, la ciencia volvería a cero en cada generación, y los científicos no harían más que repetir experimentos realizados por sus antepasados. Sin su presencia, pues, la ciencia entraría en un ciclo infinito de iteraciones, una situación estacionaria y poco fecunda.
A pesar de su fuerza reguladora, sin embargo, el método científico no puede ser fijo ni universal. En la práctica, sus reglas no pueden aplicarse como un molde a la materia de cada trabajo. No se dispone de un método de extensiones ecuménicas que pueda destinarse por igual a todos los campos del conocimiento. Incluso, en un campo de aplicación pueden presentarse métodos disímiles que demuestren ser válidos al mismo tiempo y, más aún, pueden ensayarse interpretaciones diferentes e igualmente verdaderas a partir de un único modelo de comprobación. No existe tampoco un mecanismo automático de demostración, una suerte de algoritmo natural que, correctamente ejecutado, logre imprimir en un objeto las pautas para su correcta investigación.
Antes bien, en la mayoría de los casos, la práctica de la investigación es una larga tarea individual de ensayos y errores, ajustes y revisiones, avances y retrocesos, tachaduras y enmiendas; en suma, un proceso de reflexión autorreferencial compuesto por pasos que se comprueban sobre la marcha. Se diría que cada investigador resuelve su propio destino en su trabajo individual, debiendo elegir caminos de demostración particulares sobre una base común de reglas universalmente aceptadas.
Referencias
(1) Estos entornos institucionales de regulación son los agentes materiales de la comunidad científica, colectivo imaginario conformado por los investigadores y directivos de los organismos científico-académicos más importantes del planeta.
(2) Un paradigma, definido por primera vez por Thomas Kuhn (1922-1996) en su obra La estructura de las revoluciones científicas, publicada originalmente en 1962, es un marco muy general de interpretación de fenómenos, consensuado, avalado y reconocido universalmente durante determinado tiempo por los científicos de una o muchas áreas del pensamiento. Como tal, proporciona modelos generales para la formulación de problemas y para la búsqueda de soluciones, y delimita en cierto modo el campo de posibilidad del pensamiento y del discurso científico.